Cuando mantienes una conversación con alguien, ¿escuchas realmente? ¿O simplemente oyes sonidos y contestas por inercia o movido por tus emociones?

Rara es la vez que nos tomamos el tiempo necesario de asimilar lo que una persona nos está diciendo, acostumbramos a contestar de manera automática. Y este tipo de respuestas, además de no aportar valor, suelen hacer visible tu falta de atención hacia tu interlocutor.

Cambiar este tipo de acciones automáticas es sencillo. Simplemente tómate tu tiempo para entender y asimilar aquello que te preguntan o te explican. Sólo así podrás contestar desde el amor. Sin embargo, recuerda que aprender a escuchar a los demás tiene un paso previo: aprender a escucharte a ti mismo, desde la calma, desde el silencio, desde tu yo interior.

Y es que cuando consigues abrir ese espacio en tu interior irradias una calma y una serenidad que llega a todas las personas que te rodean. Y eso hará que deseen estar contigo. No deberás hacer nada, simplemente querrán disfrutar de tu compañía, se sentirán acompañados por tu presencia. Es lo que se llama la virtud de la no acción. ¿Nunca has estado al lado de una persona que no conocías pero, por algún motivo, estar a su lado te transportaba a un estado de paz? Y cuando esto sucede, la sensación de bienestar que se produce es maravillosa.

Practica el ayuno para la mente de manera diaria para conseguir esa serenidad. Del mismo modo que el ayuno de alimentos puede ser beneficioso para la salud, el ayuno de la mente lo es para ella. Utiliza varios minutos al día para desconectarte de todo el ruido exterior. Sin móviles, sin correos electrónicos, sin preocupaciones. Sólo tú y tu silencio viendo y dejando pasar tus pensamientos. Este ayuno te ofrecerá la paz y la calma necesaria para escucharte a ti mismo y escuchar a los demás. Porque escuchar no sólo es escuchar sus palabras. Es escuchar su cuerpo, su lenguaje corporal. Darte cuenta si está feliz, cansado o triste, sin necesidad de palabras.

Una mente aquietada

La mejor manera de alcanzar la quietud de tu mente es escuchando el silencio a través de la respiración. Y sin embargo, ¿cuántas veces al día eres consciente de que estás respirando? Algo tan importante, algo que siempre llevas contigo, lo primero que haces al nacer y lo último que haces al morir y, sin embargo, no le prestas ninguna atención.

Ser consciente de tus inspiraciones y exhalaciones te permite regresar a tu yo verdadero, a tu yo interior. Y no es necesario destinar una gran cantidad de tiempo a ello. De hecho, es algo que puedes hacer en cualquier momento. Puedes seguir concentrado en lo que estás haciendo a la vez que sigues tu respiración.

Una buena forma de hacerlo es al empezar el día. Es lo que yo llamo “Buenos días, día”. Y es que cada día es un regalo que la vida nos hace. Recibir el día con una sonrisa interna, agradeciendo este nuevo día y dedicando unos minutos a la respiración en silencio es el mejor regalo que puedes hacerte.

Después, a lo largo del día puedes encontrar distintas actividades que te permitan ser consciente de tus actos, manteniendo la conciencia plena y dejando de moverte por inercia. Cualquier cosa. Caminar del coche a la oficina siendo consciente de cada paso, cepillarte los dientes sintiendo el cepillo por cada uno de ellos, recoger la mesa… cualquier acción que realizas siendo consciente de ella te permitirá volver a conectar contigo mismo, a vivir el aquí y el ahora.

Vivimos en un mundo “automático”. Vamos y venimos porque es lo que tenemos que hacer pero no prestamos atención a lo que nos rodea.  ¿Cuántas veces te has encontrado en un sitio y, al pensarlo, no sabrías decir qué camino has seguido para llegar hasta allí? Si te lo pregunto, ¿serías capaz de describir de manera meticulosa el camino de tu casa al trabajo? ¿Podrías recordar cuantas veces al día has hecho una acción concreta, como beber agua, por ejemplo? Nos movemos por inercia, sin pensar, sin sentir, sin vivir.

Cambiar esa manera de vivir requiere un acto tan sencillo, y tan complicado a la vez como es mantener la concentración en la acción a la vez que sigues tu respiración. Es lo que llamamos conciencia plena.

Para practicar la conciencia plena puedes empezar con pequeñas actividades diarias. Por ejemplo, al tomarte el café de la mañana. Párate a percibir su intenso aroma, escucha su sonido al caer en la taza, saboréalo en tu boca antes de tragarlo. Descubrirás tantas cosas nuevas en una simple taza de café que desearás repetir la experiencia en otras acciones, desearás vivir cada momento de manera plena en lugar de querer huir de ellos porque tienes otras cosas más urgentes que hacer. A este momento en el que deseas vivir en conciencia plena se le llama “despertar”. Pasa de ser la energía del hábito la que te mueve a ser TÚ quien se mueve, con intención, sabiendo lo que está pasando, quien vive la experiencia.

Al ser consciente de la respiración vas a tu interior. Tu cuerpo está respirando, y tu cuerpo es tu hogar. A cada respiración vuelves al hogar que hay en ti  – Thich Nhat Hanh

 

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